
Pacea

Desde el Organon de Aristóteles, las lenguas europeas asignan al sustantivo el poder de evaluar una expresión como correcta o incorrecta. Los verbos, que expresan acciones, no nombran cosas en sí mismos, sino que adquieren sentido en relación con los sustantivos. Por lo tanto, en alemán se les llama «Hauptwörter”, palabras principales. Esto explica el enfoque que el sujeto tiene hacia los sustantivos.
Junto con instrumentos gramaticales no universales, como el artículo definitivo, esto crea un marco lingüístico que concibe la paz como un concepto celestial. En esta visión, la paz no se manifiesta en la Tierra como una esencia, sino como la ausencia de su opuesto, la violencia física. En este esquema de pensamiento, la paz (de Dios) funciona como un instrumento de dominación sutil.

La Ilustración Europea aún no ha superado esta figuración metafísica en el lenguaje y el pensamiento. Por el contrario, se la consideraba un poderoso instrumento de dominación de las culturas no europeas. Desde el año histórico de 1492, Elio Antonio de Nebrija propuso a la reina Isabel la Católica el uso de su Gramática castellana. Era la primera de su tipo en Europa, con el objetivo de subyugar a los pueblos americanos. Más allá de las reglas y los límites del lenguaje, la mente humana no puede concebir el mundo. Los gobernantes pueden aprovecharse de esto. Desde el punto de vista lingüístico, la paz sigue siendo un singularia tantum (un término en singular) en todas las gramáticas modernas europeas. A pesar de su clara contradicción con la cosmovisión inmanente de la Ilustración, la paz sigue funcionando como un instrumento metafísico de dominación.

No fue sino hasta la llegada de las teorías de sistemas, el posmodernismo, la etnología interpretativa y la psicología humanística del siglo XX que se abrió la oportunidad para definir las paces en plural dentro de una cosmovisión ilustrada e inmanente. Esto permitió a los estudios de la paz considerarla como una percepción situacional, relacional y dinámica. Las paces como un concepto emancipador y culturalmente abierto, pero limitado en espacio y tiempo. Este enfoque plural desafía la tradición transcendental de la paz. Sin embargo, el plural también entra en conflicto con el universalismo ético. Es decir, con el principio básico del derecho internacional, los derechos humanos y la globalización neoliberal derivados de esta tradición. Por lo tanto, las diferentes formas de paz a veces son subestimadas incluso en el ámbito de los estudios de paz.
El plural destensa el corsé del discurso centrado en el sujeto. Permite una variedad de conexiones donde personas de diferentes contextos diseñan sus respectivas formas de paz ―sus paces― juntas e independientemente, sin supervisión normativa. Sin embargo, esto no elimina por completo los límites de la gramática organizada en torno al sujeto.
El uso del verbo propone un discurso centrado en la actividad y el evento respectivamente. Esta perspectiva es común en muchas culturas más allá de la dominación lingüística europea. Estas culturas colocan las cualidades, los procesos y las dinámicas en las relaciones humanas y su entorno en el centro de la atención. Se pregunta primero qué está sucediendo, no quién lo está haciendo, quién es responsable o quién es culpable.
El enfoque lingüístico en la actividad y el evento puede abrir nuevos espacios de comprensión y aliviar la coerción epistémica. No se pregunta primero por la esencia de la paz o por la supuesta ausencia de violencia física. Ni por la personalidad del pacificador detrás de la paz metafísica. Llueve, la atención se centra no en el agua de lluvia como esencia. Ni en el «hacedor» detrás de la lluvia, sino en el evento y sus consecuencias sistémicas.
Verbalizar las paces en español

La mayoría de las gramáticas de lenguas europeas modernas no ofrecen una forma verbal para expresar la paz como una acción individual o un evento sistémico. El verbo pacificar no abarca esa forma verbal relacional, dinámica y volátil. En el contexto del lenguaje centrado en el sujeto, implica que alguien impone la paz a otros. Es decir, el sujeto somete objetos a su orden. Promete la ausencia de violencia física si estos obedecen sus reglas.
Verbalizar el sustantivo más allá de eso es gramaticalmente incorrecto en casi todas las lenguas europeas. Sin embargo, neologismos como es friedet en alemán o it peaces en inglés no son totalmente absurdos. Aunque heterodoxos, pero comprensibles, pueden estimular la reflexión sobre los conceptos culturales y sus etimologías.
Algunos diccionarios de unas pocas lenguas europeas, como el ucraniano, reconocen esta forma verbal. Aunque poco utilizado, el verbo pazear existe también en portugués, pero curiosamente no se encuentra en los diccionarios de español.
El portugués y el español son las únicas lenguas europeas que emplean coloquialmente el plural las paces en ciertos contextos. Esta expresión se refiere a reconciliarse. Ampliando los conceptos tradicionales, Vicent Martínez desarrolló la filosofía para hacer las paces. Sin embargo, hacer las paces no equivale exactamente a la acción y el evento de pazear en portugués.

La aceptación del neologismo pacear en español parece difícil debido a su semejanza fonética con pasear. A primera vista, la paz y el paso son nociones totalmente diferentes. Sin embargo, como dice Sancho Panza en El Quijote de Miguel de Cervantes: No es con quien naces, sino con quien paces. Expresa la idea de que las compañías revelan la verdadera naturaleza de una persona. Es decir, el verbo pacer, convertido en proverbio, implica una connotación de pasear en el sentido de caminar en armonía con otros, de realizar acciones en un entorno agradable.
Pacer se deriva de pāscere, el verbo latino para pastar, que normalmente se aplica al ganado o a los venados. En el contexto de Cervantes, pacer se refiere más a coexistir con alguien, a comer juntos en un lugar, a celebrar la vida y a adaptarse a las circunstancias de un contexto. Explícitamente, el existencialismo del pacer rechaza el esencialismo del nacer.
Pāscere no equivale a pācāre, el verbo relacionado con el sustantivo pax en latín que significaba, en el contexto imperial, pacificar. Sin embargo, en el período pre-imperial, la pax resultaba de la fertilidad del campo y el ganado. Es decir, de tener suficiente para comer, satisfacer las necesidades de vivir y reproducirse.
Aunque no estén directamente vinculados etimológicamente, tanto pacer como pasear evocan la noción de alimentarse y disfrutar de suficiencia, caminar a un ritmo constante y familiar, apreciar un entorno agradable y celebrar la vida.
Por lo tanto, se sugiere utilizar de manera metafórica la raíz paz para crear el verbo
pacear
en español, de manera similar a cómo se forma pazear en portugués.
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Para expandir este análisis (actualmente solo en alemán), véase: Dietrich, Wolfgang: Der die das Frieden. Nachbemerkung zur Trilogie über die vielen Frieden; Wiesbaden, 2021.